07 octubre 2009

¡Que viva la crisis!

Que la crisis que pasa el mundo no sea una punzada constante de negativismo y pesimismo, que sea una inyección para vacunarnos contra la anti-reflexión, la anti-autocrítica, y los males que acongojan a nuestras sociedades.
Una perspectiva diferente es la que asume Daniel Samper Pizano, en un artículo que nos muestra que también podemos reírnos y crecer a partir de los obstáculos que se presentan.
POR DANIEL SAMPER PIZANO

-La crisis económica nos ha hecho retroceder 20 años”. Hasta el momento de leer el anterior titular, publicado en un periódico europeo, yo era una de esas típicas víctimas de la crisis económica: me inquietaba la dificultad futura para conseguir un préstamo bancario o una hipoteca; me deprimía la posibilidad de perder el empleo; me entristecía conocer casos de amigos míos que ya lo habían perdido; me angustiaba el futuro de las nuevas generaciones, cuando salieran dispuestas a aportar su empuje y su juventud a un país que no tendría cómo aprovecharlos; en general, me aterraba el porvenir que aguardaba al planeta y sus habitantes…

Pero este titular –lo repito: “La crisis económica nos ha hecho retroceder 20 años”– fue una inyección de optimismo. Gracias a él me puse a imaginar cómo eran las cosas hace dos décadas y no me parecieron tan malas. Mis hijos eran pequeños y sus preocupaciones no tenían que ver con el juego de la bolsa sino con el de la gallina ciega. Ni Irán ni Corea del Norte representaban una amenaza nuclear. Berlusconi ya promovía las velinas, pero en las pantallas de la RAI y no en los escaños del Parlamento Europeo. Amy Winehouse tenía seis años y su único vicio era el de comer chocolatinas. Yo tenía más pelo, menos kilos y no me dolía la espalda.
Empecé entonces a darme cuenta de que me habría gustado una crisis aún más honda, una crisis que nos hubiera hecho retroceder al menos 50 años, y no solo 20. Con 50 años menos, habría regresado a mis tiempos de colegio, época dorada cuando las únicas preocupaciones eran las tareas escolares y la indiferencia de la vecina de trenzas largas y ojos negros. Medio siglo de marcha atrás significaba privarme de algunas ventajas, lo reconozco, pero casi todas ellas se referían a la silla del dentista: anestesia menos eficaz, pinzas más grandes, caries más frecuentes. Del resto, éramos mucho más felices cuando vivíamos como en la crisis: no nos desvelaba la ropa de marca, el comportamiento de Wall Street ni ningún brote verde que no surgiera en el potrero donde jugábamos fútbol por las tardes. Como circulaba menos dinero, la imaginación era clave a la hora de inventar entretenimientos y arreglar la ropa de tíos y hermanos mayores para que tuvieran una reencarnación en el armario.

¿Y de la tecnología, qué? Hace 20 años no se había generalizado el uso de computadores, internet estaba en pañales y no estaban inventados los teléfonos móviles ni el iPod. Así enunciado parece gravísimo. Como si no pudiéramos vivir sin estos inventos de los últimos lustros. Pero una segunda mirada tranquiliza, y una tercera enciende incandescente entusiasmo. ¿Para qué el computador, si a Cervantes le bastó una pluma de ganso para escribir el Quijote? ¿Para qué iPod, si Bach, Mozart y Beethoven no llegaron a conocer la corriente eléctrica? ¿Qué sabía Da Vinci sobre la densidad de los pixeles?

En cuanto a internet, no niego las posibilidades que ofrece la red ni el tiempo que nos permite ganar. Pero, ¿dije ganar? He debido decir perder, porque los minutos que el navegante se ahorra al enviar una carta los pierde borrando basura publicitaria, respondiendo mensajes que no le interesan, husmeando en blogs y portales salpicados de imprecisiones y mentiras, y defendiéndose de virus monstruosos. Por otra parte, no creo que me hiciera mucha falta ese teléfono móvil que repica en los momentos más inoportunos y convierte a los ciudadanos en zombies pegados a un auricular. ¿No los han visto ustedes culebreando sin sentido por las calles, manejando con dos dedos de la mano izquierda un coche que va a 120 por hora, conversando a gritos con otro idiota que viaja a su lado en el autobús, buscando a tientas el impertinente timbre en la oscuridad de la sala de cine?
Sé que, por culpa de la crisis, la gente comerá menos. ¿Menos que la miserable ración que ofrecen los restaurantes de lujo de la nouvelle cuisine por precios escandalosos? Lo dudo. Bajarán las tiradas de los diarios: pues que vuelva el emocionante chisme boca a boca. Cerrarán canales de televisión: ¡bienvenidos a la callada dicha de los libros! Descenderá el consumo: ¿no dizque éramos un planeta de consumidores insensatos?
Mirándola bien, la crisis puede ser una feliz noticia. Los más pobres sufrirán; pero también sufrían antes de la crisis y seguirán sufriendo cuando se solucione. Ahora, en cambio, nos aproximaremos a ellos y descubriremos de nuevo la dignidad de la austeridad y la modestia. Lo único realmentelamentable de la crisis es que hayan rebajado los honorarios a los autores de artículos para revistas. Eso sí que es imperdonable.-

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